sábado, 6 de marzo de 2010

El Legado de Juan Pablo II

Gente este es un articulo que hemos encontrado para poder seguir develando las acciones que no se saben sobre como nuestra comunidad ha sido repudiada y censurada por hombres de poder.

"Si Karol Wojtyla no quiso nunca ceder en su forma de pensar en cuestiones fundamentales de la vida humana, menos lo hizo con lo que afecta y preocupa a un pequeño sector de la población católica, que hasta que él arribó al papado estuvo callada y encerrada en su closet.

Este Papa recibió como herencia de sus antecesores los prejuicios contra los homosexuales, que en ese entonces no causaban revuelo como grupo social, eran letra muerta en el dogma, es más, ni siquiera los homosexuales de la época discutían lo que se decía de ellos en las normas de la fe católica. Ser homosexual era un pecado mortal, más si se ejercía como tal, ese era el meollo de la creencia. El papado de Paulo VI y del malogrado Juan Pablo I no fueron los tiempos del destape gay, por eso no se preocuparon hacerlo parte de su agenda para bien ni para mal. A Juan Pablo II, por el contrario, le tocó lidiar con los primeros años del movimiento de liberación homosexual que empezó en Norteamérica, luego en Europa y que hoy ha influido a todo el planeta. Afinó la puntería contra la putería y conformó paso a paso lo que hoy es el legado a los homosexuales que profesamos la fe católica, a nuestro modo.

Empezó con lo más sencillo: el catecismo que se enseña en la doctrina, en él se asegura que ser homosexual no es pecado, que es un desorden que sufren ciertas personas, lo que sí es grave es vivir una sexualidad con personas del mismo sexo. Aconseja que nos traten con piedad, consideración y respeto, pero nunca con aceptación. Nos invita a vivir en la castidad y en el servicio a Dios, pero completamente solos y amargados, es como una invitación a ser acólitos eunucos y castrados, los eternos solterones que están impedidos para casarse.

Pero era el comienzo apenas. En varias encíclicas, especialmente en “El Evangelio de la Vida”, critica el estado de la humanidad a finales del siglo XX en especial por sus comportamientos y actitudes para con la vida, todo progreso en las ideas y toda liberación de las costumbres las tipificó con un nuevo término: “cultura de la muerte”, que tiene en el fondo la intención – en lo que nos toca como gays - de hacernos sentir culpables de que la humanidad se esté yendo al infierno. Ahí, califica al movimiento de activistas homosexuales como uno de los precursores de esta cultura de la muerte, equiparándolo con el aborto, el genocidio y otras conductas en verdad cuestionables, cosa que reafirmó en lo que es su último libro: “Memorias de Identidad” en el que se fue más allá al calificar las uniones de personas del mismo sexo como un terrible ideología de mal contra la vida humana igual que lo fue el Holocausto. Más odio al odio, porque según él somos entenados del demonio.

El movimiento lésbico y gay a nivel mundial organizados en diversas fuerzas activistas han avanzado mucho hasta el grado de que después de haber salido del closet masivamente, al ser visible y demostrar con movilizaciones festivas y masivas su orgullo de estar presentes en todas las manifestaciones del mundo moderno, dio un paso más a sus exigencias: además de respeto, aceptación y la legalización de las uniones de pareja y la posibilidad de adoptar hijos. Estos requerimientos, a lo largo de varios años de lucha, fue elevado en diversos países como un rubro más de los llamados derechos humanos, para defender a la población LGBT del mundo de la discriminación en todos los sentidos, cobró fuerza entonces el terminó homofobia.

La jerarquía católica, que no dio nunca paso alguno sin la aprobación papal, consideró que los gays y lesbianas estábamos llegando demasiado lejos, no nos bastaba con ser tolerados, sino que ya también queríamos ser respetados, aceptados, casarnos y criar niños.

Ante el surgimiento de las corrientes para alegar el derecho de aprobar el mal llamado matrimonio gay, el Papa nos dio una nueva embestida que fue fatal en varios países, como México donde no se aprobó la Ley de Sociedades en Convivencia. Se trató de otro legado de odio que nos dejó, esta vez surgida del equivalente en nuestro tiempo de la otrora Santa Inquisición.

La Congregación para la Doctrina de la Fe, comandada por Joseph Ratzinger, uno de los hombres más poderosos del Vaticano – sálvenos Dios de que sea el sucesor – presentó en especial a los legisladores de los países donde la propuesta de aprobar las uniones de personas del mismo sexo se empezó a ver con buenos ojos, las Consideraciones Acerca de los Proyectos de Reconocimiento Legal de las Uniones entre Personas Homosexuales.

Ahí, el Papa bueno se demuestra hipócrita al demostrar que fue pura verborrea considerarse profeta de la justicia y de la paz. Como ya no pudo quemarnos en la hoguera como siglos atrás, nos mandó hipotéticamente al infierno con su desprecio e intolerancia y validando en la sociedad de nuestros días a la discriminación y homofobia.

Nos calificó de desviados pecadores y aconsejó a los legisladores no proteger nuestras uniones y no equipararlas a los derechos de las parejas heterosexuales, es decir, quien se consideró a sí mismo como paladín de la defensa de los derechos humanos de los excluidos se contradijo una vez más por oponerse a la equiparación e igualdad de los homosexuales en sus derechos civiles.

El catecismo, sus encíclicas, sus discursos, sus libros, su pensamiento y acciones durante 26 años dejaron en claro que nunca aceptaría a los homosexuales, al contrario, contra nosotros sus desprecios y el de toda su grey, siendo así el principal gestor de la discriminación social y de la homofobia. Así como fue artífice de la caída del marxismo, también armó estrategias para detener los avances de la movilización homosexual, por ello el mundo católico nos enfrenta desde el terreno de las ideas utilizando sobre todo los medios de comunicación y adoctrinado a la sociedad por todos los medios posibles en contra nuestra.

Muy adolorido pidió perdón por los pecados de la Iglesia en los 2 mil años de su pasado, seguro Galileo Galilei, o los judíos del exterminio nazi a quienes no ayudó o todos los quemados en la hoguera de la Inquisición ya descansan en paz por las disculpas vaticanas. Pero a la población LGBT viva y presente en el mundo católico, que soportamos sus ataques y odios durante 26 años, que nos parta un santo rayo por actuar contranatura.

Quizás la asignatura pendiente sea no que la Iglesia nos pida perdón, pues es de dientes para fuera, bastaría con aceptar de una vez por todas que la homosexualidad es natural y libre de pecado y evitar injerir en decisiones de Estado para proteger nuestra uniones y derechos por la ley. ¿El sucesor en el trono de San Pedro aceptará hacerlo?, es una utopía siquiera pensarlo. Seguiremos viviendo un catolicismo a modo, o tal vez adoptemos otro credo, lo más probable es que vivamos al margen de cualquier fe, que es preferible a la angustia de hacer lo contrario a lo que nos dicta el dogma.

Ni duda cabe que fue un experto operador mediático y de imagen, tan excelente resultó que se tomó tiempo para planear que su agonía, muerte, sepelio y entierro fuera un redondo show mediático, que casi a todos convenció post mortem de que fue el líder religioso que el mundo necesitaba, un mensajero de la paz, de que su muerte en una pérdida irreparable y que ningún sucesor tendrá los tamaños para superarlo, por eso quizá dejó bien especificado en la Constitución Apostólica las características del próximo Papa y quién no puede serlo, o sea, se dio el lujo de sugerir un sucesor para que su doctrina dualista se perpetúe por los siglos de los siglos, amén.

Juan Pablo II pasará a la historia como la cabeza de una Iglesia fuera de tiempo y sin credibilidad, no con una renovada fe, pero sí con una más fuerte discriminación hacia la mujer y con una homofobia rampante. Descanse en paz, el peregrino de su fe."

Por Rafael Sánchez Zanella
Nota en www.anodis.com

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